Estar al frente de la segunda ciudad más grande de México ha sido el reto más difícil y el mejor de mi vida. Nos propusimos romper con el bipartidismo, hacer las cosas diferentes y recuperar la confianza de la gente con trabajo, con mucho trabajo.
A dos años de distancia, hoy podemos decir con orgullo que salvamos las finanzas del municipio, que tenemos programas sociales que parecían imposibles y que invertimos en infraestructura como nunca antes en la historia de Guadalajara; todo, sin un peso de deuda.
Durante la entrega de mi Segundo Informe de Gobierno, decidí no leer ningún discurso. Lo hice porque puedo, y puedo hacerlo porque he estado metido en cada decisión que se ha tomado; porque cuando uno hace las cosas, nadie tiene que escribirme lo que hay que decir.
Lo que hice, fue platicarles cómo, en tan solo dos años, pudimos levantar a una ciudad que durante décadas dejaron caer a pedazos.
Cuando llegamos a Guadalajara, nos topamos con un gobierno diseñado para que nada funcionara: la ciudad no tenía rumbo, la corrupción era una costumbre y estábamos al borde de la quiebra. Y todo esto, se notaba en cada calle y espacio público de la ciudad.
Nosotros dijimos que lo que hacía falta en esta ciudad no era dinero, sino vergüenza de quienes nos gobernaron. Y también les dije que no veníamos a administrar el desastre, que no les iba a fallar. Durante dos horas y media, pudimos demostrar con hechos que Guadalajara recuperó su camino y la esperanza de un mejor futuro.
Hoy inicio una nueva lucha para refundar a Jalisco, a sus instituciones, sus leyes y la vida pública de este Estado que ya no aguanta más cambios cosméticos.
Los buenos y los malos somos las personas; no los partidos. Muchos mexicanos hemos dejado de creer en ellos y por ello, llegó el momento de hacer que vuelvan al servicio de la gente, de que ofrezcan verdaderas propuestas que dignifiquen la política en Guadalajara, en Jalisco y en todo México.