Movimientos Progresistas y Ciudadanos en América Latina y Europa

29 Noviembre 2016

Les comparto el discurso que di en la Conferencia Internacional de Movimientos Progresistas y Ciudadanos, en la Ciudad de México.

 

El progresismo como nuevo pacto social: El difícil camino de lo conceptual a lo posible

1. La importancia de entender el término “progresista”

El mundo esta convulsionado. Las sacudidas provienen de todos los rincones del orbe: del fundamentalismo del medio oriente, del ánimo rupturista inglés, del rechazo a la paz sudamericano, del absurdo e irracional rumbo que ha tomado el imperio norteamericano. Estamos viviendo una era confusa, particularmente en el terreno político. Un momento en el que la discusión sobre los conceptos y categorías políticas está nublada, en el que los conceptos están siendo cuestionados y replanteados en la academia y en el círculo rojo, muchas veces sometiéndolos a un manoseo brutal.  Un momento en el que a quienes nos interesa lo público estamos sometiendo lo público a un diálogo de sordos, metidos literalmente en una Torre de Babel. Y mientras eso ocurre, el grueso de la población es refractaria a estas discusiones simple y sencillamente por que no le encuentran un sentido. ¿Guerra o paz? ¿Integración o nacionalismo? ¿Globalidad o soberanía? ¿Izquierda o derecha? ¡A la fregada! A mí me interesa tener un trabajo, sentirme seguro, moverme con libertad, tener futuro.

Pero es precisamente en este momento de indiferencia ciudadana al debate de lo público cuando adquiere más relevancia volver a pensar en la política y sus conceptos. Porque es justo en los momentos de más oscurantismo cuando vale la pena detenernos a reflexionar.

Lo primero que tendríamos que preguntarnos es qué significa la palabra “progresismo”, porque yo la entiendo de una manera y seguramente muchos de ustedes la entienden de otra. Tendríamos que preguntarnos cuál es su alcance.

Es decir, cuál es el límite entre ser progresista y no serlo. Y si es el mismo estando en el activismo, en la política o en el gobierno. Hoy me corresponde hablar de la responsabilidad de construir gobiernos progresistas.

Vayamos por partes. Desde la ciencia o la filosofía política se han ofrecido algunas interpretaciones. Daniel Kostzer, académico argentino, dice que el progresismo es buscar cambios profundos y estructurales que permitan combatir las principales limitantes de un modelo de crecimiento económico sostenido: la exclusión social y la iniquidad entre personas. Añade que “no se puede pensar en un futuro conjunto como país si, aunque se reduzca la pobreza, no se reduce la desigualdad que mata las expectativas, en particular de los más jóvenes, si no se reconstruye la ilusión de una construcción social que provea ciudadanía.”

En países europeos, por ejemplo, ser progresista implica el desarrollo e impulso de una agenda verde de avanzada, o políticas para hacer frente a fenómenos migratorios muy distintos al que nosotros vivimos. Entiendo que en países de Centroamérica, ser progresista significa luchar por la ciudadanización de sus instituciones electorales; y que en algunos lugares de América del Sur, ser progresista implica exigir el derecho a una educación gratuita. Entiendo que existen lugares en los que ser progresista significa luchar por la libertad de expresión; y otros en que el progreso está en la implementación de sistemas de salud y el combate al hambre.

Ricardo Aronskind, académico argentino, señala que en el contexto latinoamericano el progresismo es la construcción de sociedades más equitativas, pero conscientes de que se necesita paciencia, las mejoras sustanciales serán vistas en las próximas décadas, no de manera inmediata.

Por otro lado, Óscar Ermida, catedrático de la Universidad de la República, en Uruguay, parte de la idea de que los gobiernos progresistas son de izquierda, y que la distinción entre los gobiernos de izquierda y los de derecha, de acuerdo con Norberto Bobbio, es la búsqueda de la igualdad. En ese sentido “podrían ser considerados gobiernos de izquierda —y por tanto, progresistas— aquellos que tienen como norte la disminución de las desigualdades”.

Una definición más dice que el progresismo es poner a las personas en el centro del desarrollo, es la búsqueda de la prosperidad para una mayor bienestar; es entender a la justicia social como la oferta de más oportunidades a quienes tienen menos, es la construcción de una sociedad solidaria, en la que las responsabilidades son compartidas y la ciudadanía participa responsablemente. Una sociedad en la que se promueven las libertades individuales, los derechos civiles y el respeto al estado de derecho como fundamentos de la democracia representativa. Una sociedad que basa la convivencia social en el diálogo y la tolerancia.

Pero también se dicen muchas ridiculeces. Se ha dicho que el progresismo es comunismo, que el progresismo es ser abortista, o anticlerical o antiempresarial. O una serie de propuestas sin sentido que solamente generan confusión en torno a un concepto que ya es ambiguo.

Por eso, me gustaría decirles qué entiendo por «ser progresista»; para después explicar cómo, al lado de muchos y valientes ciudadanos, nos hemos esforzado para construir un movimiento progresista que ahora está en diferentes espacios de gobierno en Jalisco. Sólo les pido comprensión en cuanto a mi capacidad para plantear una discusión conceptual: no soy doctor en ciencia política. Solo soy un ciudadano haciendo política.

Para mí, ser progresista es decir «ya basta», reconocer que algo no funciona y que debe cambiar. Para mí, ser progresista es combatir una realidad que no me gusta y terminar con lo que no sirve, que es nocivo y está dañando a la sociedad. Para mí, ser progresista es combatir un régimen absurdo y obsoleto que sólo beneficia a los partidos políticos y a los grupos de poder; es combatir la corrupción, la impunidad y la violencia que vivimos en México. Para mí, ser progresista es impactar de forma positiva en la realidad en la que vivo, en mi ciudad, en mi país.

Comprendo perfectamente que en cada época y en cada región existen ideas muy claras y diversas sobre qué significa ser progresista; y que las diferencias tienen que ver con sus contextos y los problemas que deben enfrentar.

Lo mismo sucede con las personas: hay quienes consideran que para ser progresista hay que ser antisistema y hacer política al margen de las instituciones; quienes piensan que hay que organizarse de manera independiente a los partidos y enfrentarlos en su propio terreno, o no organizarse y enfrentarlos de manera independiente. Para algunos, ser progresista es combatir la corrupción; para otros, la defensa de los derechos civiles de la comunidad LGBT; para otros, proteger el derecho de la mujer para decidir sobre su propio cuerpo; para otros, el combate al terrorismo; para otros, la lucha contra la discriminación. Para muchos ser progresista es luchar para que se acabe la violencia que ha causado una cantidad incalculable de muertos y desaparecidos.

Progresar es avanzar, es construir victorias, es provocar cambios; progresar tiene que ver con la realidad que se vive, ser progresista significa algo en algún lugar y algo diferente en otro; incluso podríamos decir que ser progresista significa todas y cada una de las causas ciudadanas que existan.

Pero ¿la radicalidad de los cambios define si se es progresista o no? Muchas veces, algunas agendas y demandas de los sectores progresistas se adelantan en el tiempo a los procesos que se viven en una sociedad, apurándolos. Las posturas radicales algunas veces son inviables, otras veces son incluso vetadas, censuradas. Para mí, la función de esas agendas radicales es la de empujar y colocar en el debate público la necesidad de cambios, que aunque parezcan radicales, son necesarios. Pero la historia nos ha mostrado que la oportunidad y el ritmo de los cambios son más susceptibles de triunfar si van de la mano de la sociedad. Los cambios radicales de hoy pueden convertirse en un paso más de una agenda progresista en el futuro.

¿Ser progresista significa necesariamente ir en contra de lo que piensa la mayoría de la gente? No lo creo. Para mí, ser progresista es atreverse a plantear una agenda que sigue siendo minoritaria, que compite contra un discurso y una agenda dominantes y que con paciencia se irá abriendo camino en la discusión pública. Esto es lo que ha sucedido en Guadalajara y en todo Jalisco. El presupuesto participativo no estaba en la agenda, hoy ya está; en el estado ya se habla de la ratificación de mandato. Y esto fue posible porque se cuenta con el respaldo de la gente, y porque los electores le dieron la mayoría en el Congreso a una fuerza política dispuesta a empujar esta agenda, una fuerza que entendió  la importancia de la participación ciudadana y la inclusión de los intereses de los grupos organizados de la sociedad civil como requisitos para hacer gobierno.

¿Un gobierno deja de ser progresista si ajusta el proceso de cambio —en tiempo y formas— a la naturaleza y circunstancia de la sociedad en que se desarrolla? Para los sectores progresistas más exigentes de una sociedad siempre serán necesarios cambios abruptos y radicales; para los sectores conservadores ningún cambio es aceptable. Una fuerza progresista en el gobierno y en el Congreso debe saber aprovechar la inercia social para construir pasos sólidos que permitan cambios posibles, cambios que se acerquen al horizonte de los más exigentes, al mismo tiempo que se alejen de la parálisis del conservadurismo. Dicho de otra manera, para mí, ser progresista es acelerar el ritmo de los procesos de cambio que la ciudad necesita para combatir la desigualdad, para fortalecer la democracia, para ampliar las oportunidades, libertades y los derechos de los ciudadanos, pero hacerlo a partir de una agenda y de una visión de futuro.

Para mí, ser progresista es entender que se necesita un cambio y hacer algo para alcanzarlo. Por eso decidimos participar en política. No me gusta sentirme progresista por dar gritos que nadie escucha y por patear puertas que nunca se abren. Muchos menos me gustaría ser progresista por dedicarme a dar cátedras criticando a todo y a todos a partir de una concepción de la realidad utópica. Estoy convencido de que las batallas no se dictan, se pelean.

Por eso en este movimiento decidimos participar en política, intentando ganar elecciones, ofreciendo una agenda para terminar con las malas prácticas del régimen. Decidimos librar la batalla contra la cúpula del poder en Jalisco; no exigir que alguien la diera por nosotros, ni dictar discursos sobre lo que otros deberían hacer. Por eso estamos aquí, porque la necesidad de cambio se volvió la bandera de una mayoría que se dio cuenta de que nadie estaba haciendo nada; porque logramos construir un movimiento de oposición en el que más allá de las diferencias, de fondo o de enfoque, más allá de las causas particulares o nuestras diferentes maneras de entender el «ser progresista», tuvimos la claridad de ver lo fundamental: Jalisco necesitaba un cambio de régimen —y cuando hablo de «régimen» me refiero a la forma de hacer política de los partidos tradicionales; y cuando hablo de «cambio» no se trata de nombres, colores o partidos, sino de construir un gobierno de ciudadanos—.

2. Cómo entender al movimiento progresista de Jalisco

En este momento tenemos que hablar de cómo llegamos al poder, de cómo ha crecido el movimiento progresista en Jalisco. El proyecto comenzó en 2009, en Tlajomulco, en donde nos convertimos en el primer gobierno municipal distinto al PAN o al PRI en el Área Metropolitana de Guadalajara. Es importante que entendamos el contexto: Tlajomulco era el municipio más pobre, el que tenía mayor rezago, con el tejido social deshecho. Un municipio enojado, urgido de cambios y de respuestas a los problemas. Nada es casualidad. Ese era el escenario propicio para construir un proyecto de renovación profunda capaz de sacudir conciencias y, a partir de eso, sacudir a todo el sistema político de Jalisco. Así ganamos una elección, pero aún no entendíamos quiénes éramos y que representábamos. Estábamos extraviados: participamos con el PRD, pero no creíamos en ese partido; nos asumíamos de izquierda, pero no estábamos conformes con esa etiqueta. Hacía falta otra cosa. Había que reflexionar y definir nuestra identidad. Lo primero que hicimos fue romper los esquemas tradicionales de hacer política. Entendimos que lo importante es gobernar bien y trabajar de la mano de la gente. Eso nos permitió terminar la gestión siendo el gobierno mejor evaluado entre los alcaldes metropolitanos del país.

Eso nos permitió salir a la campaña del 2012 con propuestas sólidas para conseguir un cambio radical en el estado. Pero sobre todo nos permitió comenzar la campaña hablando de resultados, de acciones tangibles asociados a una agenda de cambio. Eso representaba Tlajomulco. Entendíamos que el contexto social había cambiado desde el 2009 y que en el 2012 la discusión electoral tenía un espacio de gran potencial: la ciudadanización de la política. Era una demanda social empujada por la ciudadanía, pero era ignorada por la clase política.

Por eso decidimos romper con los partidos, con la forma tradicional de hacer política, nuestra campaña compartía el enojo de la sociedad jalisciense porque nosotros también estábamos enojados. Teníamos poco que perder y mucho que ganar. Por eso hicimos una campaña cercana, a ras de tierra. Proyectamos humildad, experiencia y seriedad. Nos convertimos en un proyecto incluyente y generamos un alto nivel de simpatía entre los tapatíos. Y al final, aunque los resultados no nos favorecieron, decidimos no bajar los brazos y seguir luchando.

A pesar de que nos convertimos en una fuerza política real, más preparada y con mejores posibilidades rumbo al 2015, nos hicimos las preguntas que muchos aquí seguramente se han hecho: ¿por qué los movimientos progresistas casi siempre pierden? Quizá porque nunca estamos lo suficientemente organizados. Quizás porque no somos capaces de leer correctamente las demandas y anhelos de la gente. Quizás porque nuestras campañas de comunicación son obsoletas y anacrónicas. Quizás porque no habíamos entendido que debemos contribuir a que el desencanto por la política disminuya en lugar de acrecentarlo. Quizás porque minimizamos el hecho de que para ganar elecciones desde la oposición se necesita autoridad moral y una alta dosis de congruencia.

Por eso en el 2015 decidimos competir una vez más sin alianzas, porque hacerlo, sabiendo que podíamos solos, significaría renunciar a nuestros principios y a todo lo que hemos defendido. Y si traicionamos la confianza de la gente, nos convertimos en aquello contra lo que hemos luchado. Comenzamos la campaña sabiendo que solamente siendo congruentes y responsables podemos mantener la dignidad que nos permite ver a los ciudadanos de frente, y por eso refrendamos nuestro compromiso con los tapatíos: nuestra alianza es con las personas, con sus exigencias, con sus necesidades, con sus aspiraciones, no con los partidos políticos. Sabíamos también que nuestra fortaleza es la cercanía con la gente, por eso hablamos directamente con los ciudadanos y no sólo a través de los medios tradicionales. Una vez más usamos nuestra gestión como gobierno en Tlajomulco para hablar de experiencia, para decir, con hechos, que somos capaces de hacer un bueno gobierno. Así logramos ganar las elecciones y asumimos el reto de gobernar la segunda ciudad más importante de México.

 3. Cómo construimos una agenda progresista de gobierno

Ganar era sólo el principio. Dejamos de ser un movimiento de ciudadanos que exigían cambios y nos convertimos en un gobierno progresista que busca que estos cambios sucedan. El reto ha sido enorme, no es fácil construir una agenda de cambio a la altura de las necesidades de una ciudad como Guadalajara y los cambios que requiere. En primer lugar, entendimos que para estar a la altura de la expectativa y lo que se esperaba de nosotros no podíamos nadar de muertito. Entendimos que ser progresista es gobernar en serio, es tomar decisiones y asumir costos que nadie, hasta hoy, había querido asumir. Desde el gobierno, ser progresista implica cambiar la forma de hacer política tradicional, regresarle la esperanza a la gente, hacer buen trabajo, cumplir las promesas, escuchar a todos, trabajar para todos y hacer lo correcto para la ciudad.

Pero teníamos que resolver un dilema básico: ¿Cómo explicar que los cambios deseados por la gente rompen el orden al que estábamos acostumbrados, que estos cambios que buscamos requieren sacrificios, paciencia? La respuesta no es nada sencilla.

Decidimos comenzar por asumir la política y lo político con responsabilidad, con seriedad; revalorar la palabra compromiso, redimensionar la propuesta, el programa, el proyecto, evitar lo políticamente correcto o lo políticamente rentable, para avanzar a lo necesario, a lo que se debe hacer, a no ser complacientes ni rehenes de los grupos de poder o de opinión. Teníamos y tenemos que concentrarnos en hacer lo mejor para la ciudad y los ciudadanos, y para eso era necesario construir un buen gobierno. El camino que decidimos seguir, y que explica lo que es un cambio profundo, fue el siguiente:

  1. Hacer de la ley una norma para todos, porque eso es la base para que una sociedad funcione. Reconocer que hacer cumplir la ley es tarea del gobierno, pero también de los ciudadanos.
  2. Rescatar al estado de derecho y a la cultura de la legalidad como el primer paso para poner el interés de la ciudad por encima de los intereses particulares.
  3. Recuperar el espíritu humanitario y solidario en la ciudad, porque la justicia es la única ruta para recuperar la paz y la tranquilidad; porque la violencia no se combate con violencia, sino con justicia y generando oportunidades para reducir la desigualdad. Porque una ciudad más justa, es una ciudad más segura, más tranquila.
  4. Poner al gobierno al servicio de la gente y transformar su vida cotidiana; trabajar para que la ciudad funcione y funcione bien y así recuperar la calidad de vida de todos.
  5. Trabajar de la mano de los ciudadanos, hacerlos corresponsables de la construcción de la ciudad, involucrarlos en la discusión de la vida pública y en la toma de decisiones.

Sé que hagamos lo que hagamos siempre va a ser insuficiente para resolver los problemas de la ciudad, porque estos cambios no serán inmediatos ni se lograrán por arte de magia; son procesos que se deben llevar a cabo, son rutas que se deben seguir, que están llenas de obstáculos y de la oposición de un sistema manejado por personas que se resisten a dejar el poder y los privilegios que han gozado por décadas.

Pero también debemos enfrentar el descontento de las fuerzas de cambio que nos acompañaron hasta aquí, su exigencia por sacar adelante todos y cada uno de los puntos de sus agendas particulares. Los reproches de las voces que consideran que las cosas se deben hacer diferente, que nos estamos equivocando, que estamos siendo incongruentes —incluso traicionándonos—, que dejamos de ser progresistas, que ellos u otros harían las cosas de otra forma y mejor. Tenemos que enfrentar voces que se asumen progresistas, pero que ante las acciones de gobierno se comportan de manera conservadora; y también a los conservadores que consideran que estamos yendo demasiado lejos. En este  escenario, nosotros queremos terminar con este círculo vicioso, queremos reconciliar a la sociedad con los gobernantes; buscamos replantear la vida y la discusión públicas, intentamos ser el tipo de políticos y gobernantes que México necesita; queremos contribuir a construir una mejor relación entre ciudadanos, políticos y gobierno.

4. Conclusiones

Con esta idea estamos transformando Guadalajara. Tal vez no con la intensidad ni rapidez que muchos exigen, no por el camino ni con las agendas o las prioridades de otros; lo estamos haciendo poco a poco, con responsabilidad, acabando con las malas prácticas de las instituciones, cumpliendo con la agenda que ofrecimos en campaña, asumiendo el costo y el desgaste de no satisfacer las exigencias de todos, pero sí combatiendo la realidad que tenemos enfrente, asumiendo la obligación de terminar con lo que no sirve y empujando una forma distinta de hacer política.

Si logramos hacer todo esto habremos aportado nuestra parte para demostrar que los proyectos políticos progresistas no sólo pueden ganar elecciones, sino que pueden transformar la realidad de este país. La esperanza de proyectos como el nuestro radica en nuestra capacidad, primero, de transitar de lo simbólico a lo real; y, segundo, en nuestra creatividad para centrar el debate en la urgente necesidad de articular un proyecto serio y viable de país. Si no logramos con nuestro trabajo demostrarle a la gente que no se equivocaron, entonces le estaremos haciendo el trabajo al viejo y caduco sistema de partidos.  Habremos perdido una oportunidad histórica.

Tenemos que lograr que quede claro para todos que los ciudadanos son el cambio, pero los ciudadanos que se informan, se involucran, participan, defienden sus causas y están en el campo de batalla. Tenemos que seguir demostrando que la fuerza de los ciudadanos es más potente que la de los partidos.

Y tendríamos que ser capaces de construir un proyecto así a nivel nacional: ¿está preparado México para tener un gobierno progresista a escala nacional? ¿La mayoría de las personas lo están, lo están los medios de comunicación, lo está la clase política? La respuesta es sí, y no sólo está preparado, sino urgido, necesitado de un gobierno que entienda que ser progresista significa avanzar, llenar de contenido la política, un gobierno que sea producto de recoger las demandas de la gente, no de imponer; un gobierno que no parta de dogmas ni de imposiciones morales. Sería terrible para el país creer que el progresismo está compuesto de una verdad absoluta, de una sola visión de los problemas y que la solución a los conflictos dependen de una sola persona. El progresismo no es una sola agenda, no es un solo proyecto. La agenda progresista que necesita nuestro país es una agenda que incorpore las distintas agendas de cambio y que a través de esta combinación se conforme un bloque opositor con un programa que ofrezca cambios posibles y no verdades absolutas, o programas radicales e inviables.

Por eso yo creo que hoy se puede abrir una oportunidad para construir este gran frente opositor que deberá llevar el espíritu progresista en sus definiciones básicas, no en su nombre ni en sus eslóganes, un proyecto que pueda refundar la vida pública de este país y hacer de la noción de progreso su principal oferta, su promesa fundamental. Un proyecto que entienda que «progresista» significa estar comprometidos con la construcción de un nuevo pacto social para México, basado en la solidaridad, en la colaboración, la corresponsabilidad de todos los sectores de la sociedad, el respeto a la ley, el combate a la corrupción y la justicia social como principios fundamentales para la transformación del país.

 

Progresismo
Enrique Alfaro
Discurso
Movimientos Progresistas y Ciudadanos