Ser presidente de la segunda ciudad más grande del país es un gran reto, pero sobre todo el compromiso más grande de mi vida. Por eso no hay tiempo que perder.
En mis recorridos diarios, cuando voy a la oficina, a reuniones o a visitar colonias, siempre trato de aprovechar el tiempo para leer lo que la gente expresa en mis redes sociales, para observar la ciudad y buscar la solución a esos detalles que podrían parecer menores, pero que pueden hacer la diferencia para muchas personas.
No me gusta esperar hasta llegar a un escritorio para comenzar a trabajar, porque para cumplir con la responsabilidad que me dieron los ciudadanos se requiere dar instrucciones y actuar al momento, por eso siempre le pido a los coordinadores y directores que actúen de manera inmediata. Esto a veces los mete en apuros pero sé que me entienden y que comparten esa visión y el interés para solucionar lo antes posible todo lo que esté en nuestras manos.
Siempre he tenido muy claro que para recuperar la grandeza de Guadalajara había que comenzar por los espacios públicos, por hacer que los tapatíos volvieran a salir a los parques y plazas, a que convivieran con sus vecinos y entendieran a su entorno como una extensión de su hogar.
Entiendo que como gobierno nos toca reparar calles, arreglar las luminarias y darle mantenimiento a los mercados, a las áreas verdes, a los centros culturales y a las unidades deportivas, por eso es que trabajamos con todo nuestro esfuerzo para ir recuperando la dignidad de nuestros espacios públicos, para hacer lo que antes no se hacía en lugares que antes no se volteaban a ver.
Todo este trabajo vale la pena cuando los pequeños descubren cosas nuevas y disfrutan en un parque; cuando los adultos mayores aprenden por vez primera a tocar una guitarra en una plaza pública del oriente de la ciudad; cuando en El Fresno hay niñas que realizan su primer baile en un grupo de ballet clásico o cuando los vecinos escuchan agrupaciones de jazz en algún rincón de La Ferro.
No les voy a mentir, en varias ocasiones he sentido la impaciencia de seguir viendo hoyos en las calles o luminarias apagadas; sé que falta mucho por hacer, pero también que vamos avanzando por la ruta correcta.
Es verdad que en un sólo periodo de gobierno no vamos a poder solucionar todos los problemas que se han generado durante décadas; pero quiero dejarles muy en claro que aunque no tengo una varita mágica para cambiar las cosas de la noche a la mañana, sí tengo vergüenza para cumplir con mi palabra. No les voy a fallar.