En el mercado Felipe Ángeles todos parecen conocerlo. Desde los 10 años de edad, Rafael Martínez comenzó a ayudar a sus papás en el local que atendían, era justo por la época en que se realizó el cambio del antiguo mercado San Diego a la nueva ubicación, entre las calles Federación e Industria. El nuevo mercado fue construido a mediados de los años setenta, cuando las autoridades todavía se preocupaban por estos espacios. Con una magnitud importante para su tiempo, se sustituyó el viejo mercado, que ya era insuficiente en espacio para los locatarios y para la gente que atendían.
Acercarse a conversar con Rafael es recordar, él trabaja como todos los días, pelando cebollas, las separa por tamaños y carga algunas cosas, pero conoce sus límites. Nos contó que creció en una familia muy numerosa, 12 en total, en la que todos ayudaban.
Don Rafael utilizó lentes durante su infancia y juventud debido a la miopía que padecía, hasta que lo operaron de la retina unos “doctores incompetentes y deshonestos” que sólo lucraron con su operación y le hicieron perder la vista a la edad de 20 años.
Cuando se cambiaron al mercado Felipe Ángeles él todavía veía y recuerda que todo alrededor estaba lleno de casas. También sabe que ahora sólo hay bodegas y locales, gracias a lo que le han contado. Desde que ya no pudo ver desarrolló más sus otros sentidos, lo que le ha permitido salir adelante.
Hoy, el mercado luce en parte descuidado. Para el señor Rafael la diferencia entre el Felipe Ángeles de 1974, cuando empezó a trabajar ahí, al de ahora es bastante porque los comercios se han expandido. Antes sólo eran dos manzanas de mercado y ahora hay comercios en todos los alrededores. También recuerda la amabilidad, la tranquilidad y la hermandad de la gente de Guadalajara; considera que esto no se ha terminado pero sí que han cambiado mucho las cosas. Toma otra cebolla, la recorre con toda la palma de su mano.
A Don Rafael le gusta trabajar en el Felipe Ángeles porque “hay armonía, positivismo y buen ambiente”. Lo que más le gusta de ir todos los días es tratar de dar un buen servicio y buena atención para sus clientes, a pesar de que, él mismo lo admite, no siempre se encuentre del mejor humor; “me gusta ser un ciudadano positivo y respetar a los demás” nos confiesa sonriendo mientras separa unas cebollas, cada una va a una de las dos cajas según su tamaño.
Cuando le preguntamos qué hace falta para mejorar las cosas recordó lo que alguna vez le dijo el psicólogo en la escuela de sus hijos: “para que un niño sea un buen alumno se necesitan tres personas: el maestro, el alumno y el padre”. Él considera que para que haya un cambio en Guadalajara se necesitan dos cosas: un buen gobierno y un buen ciudadano, ambas partes.
El señor Rafael Martínez le tiene mucho cariño al mercado porque éste es el espacio en el que creció, el Felipe Ángeles le ha dado un trabajo y le ha permitido mantener a su familia. Su vida está unida a este lugar como la vida de tantos tapatíos está unida a distintos sitios que conforman este mosaico colorido que es Guadalajara.
Por: Redacción
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