Los niños tapatíos corren, juegan, ríen, se divierten sin importar los problemas que su ciudad esté pasando, o si los políticos se pelean y son corruptos. La infancia es una hermosa época en donde se puede ser libres sin temor al qué dirán, en donde las promesas sin sentido y la palabrería barata sobra, ellos pueden decir las cosas sin tapujos, sin pensar en que alguien los va a callar o los van a ver “feo”, quieren ser sinceros y lo logran a su manera. ¿Por qué no aprendemos algo de ellos?
No es que debamos olvidarnos de los problemas que suceden a nuestro alrededor, pero sí podríamos decir las cosas tal cual las vemos, ser un poco más honestos y directos. Bien lo decía Pablo Neruda, “el niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta”. Esta manera de ser tan deshinibida se pudo ver en la visita que Enrique Alfaro realizó el jueves pasado en los festejos por el Día del Niño que se llevaron a cabo dentro de las instalaciones del Parque Extremo del Instituto Municipal de Atención a la Juventud (IMAJ). Entre música y juegos los pequeños pudieron ser testigos de la obra de teatro “Valentina y la Sombra del Diablo” escrita por la dramaturga mexicana Verónica Maldonado.
Las caras de los niños mientras veían a Valentina enfrentarse a la sombra que representa los miedos de la infancia eran muy claras, el asombro, sorpresa y algunas veces miedo eran evidentes en tanto la obra iba desarrollándose, “¡vamos Valentina!” se escuchó en una zona de las gradas cuando un niño animaba a la protagonista, “¿se va a morir ella?” preguntaba la pequeña Valeria en brazos de su padre con lágrimas en los ojos por el destino de una niña que no sabía qué hacer para no volver a ver a la sombra en su cuarto, gritándole a su abuelo por ayuda en el escenario.
Esta es un obra que trata sobre el abuso sexual en las familias, donde la sombra representa al tío de Valentina, quien abusaba de ella y le creo un miedo terrible amenazándola con hacerle daño a su familia si decía algo, dándole la “lágrima del silencio”, una joya que servía de metáfora a la imposibilidad de la pequeña de hablar con la verdad por miedo a lo que pudiera suceder. Tal vez el trasfondo no sea tan digerible para un niño pequeño, pero la idea con la que muchos se pudieron quedar fue que estos miedos no deben detenernos, debemos vencerlos aunque sea imposible. Y esto no es algo que solo como niños podamos hacer, sino que debemos aplicarlos siempre, en nuestra vida de adultos y hasta nuestra vejez.
Por ello hay que ser como niños, decir las cosas, enfrentar a nuestros miedos sin el temor a que alguien nos corrija, porque solo a través de nuestros más grandes temores podremos hacernos valientes para enfrentar las adversidad, para sacar a nuestros propios diablos y salir de las sombras. Esta es la importancia también de acercar a los niños a la cultura para crear ciudadanos que puedan pensar realmente con libertad a través de las diferentes etapas de su vida, que estén preparados para enfrentar los obstáculos que tenga la vida y expresar sus ideas para ayudar así a su comunidad, ya sea levantando un pedazo de papel para tirarlo en el bote de basura como lo hicieron los pequeños al terminar el espectáculo que se creó para ellos, u organizándose en comunidad para así trabajar para recuperar la dignidad de la ciudad y volver a tener la Perla Tapatía que poco a poco se ha ido perdiendo.